La portada del número de abril de Wired tiene todo para llamar y conservar la atención. Sobre un fondo blanco, el título “Por qué el futuro no nos necesita” es aún más llamativo por tratarse de una revista conocida por su entusiasmo ilimitado por la tecnología, la economía y la ciencia nuevas. El largo ensayo al interior está firmado por Bill Joy, oficialmente el “Científico en jefe” de Sun Microsystems y uno de los ingenieros más brillantes de su generación, que concibió una de las versiones de Unix más usadas y, en fechas recientes, Java y Jini, dos tecnologías claves de internet y de la informática de las redes. Reducida a su esencia, la tesis desarrollada en este fascinante texto es un llamado a desacelerar la carrera desbocada hacia el futuro. El motivo, según Joy: “Estamos siendo empujados hacia este nuevo siglo sin un plan, sin control, sin frenos.” Y pronto cruzaremos un umbral.

San Francisco, California, 24.mar.00

Joy se ocupa en su artículo de los avances de la genética, la nanotecnología y la robótica, tres rubros de los cuales pueden esperarse saltos sorprendentes en los próximos años. “Para 2030 es probable que podamos construir grandes cantidades de máquinas un millón de veces más poderosas que los ordenadores personales de hoy en día.”

A diferencia de las ciencias de ayer (la nuclear, la biología, la química), los tres ámbitos tienen al menos una característica común. “Los robots, los nanobots y los organismos construidos comparten un peligroso aspecto amplificador: pueden replicarse por sí mismos. Una bomba sólo explota una vez —pero un robot puede convertirse en muchos y muy pronto volverse incontrolable.”

Lo anterior se agrava si consideramos que dichas tecnologías han pasado a la arena privada, donde pueden ser desarrolladas por individuos o microgrupos. Esto abre la posibilidad de “una nueva clase de accidentes y abusos” con los cuales no debe jugarse: los desarrolladores “no requerirán grandes instalaciones o materias primas difíciles de hallar. No necesitarán más que el conocimiento.”

En contraste con la época en que se desarrolló la bomba atómica, “no estamos en guerra, no enfrentamos a un enemigo implacable que amenaza a nuestra civilización; nos motivan en cambio nuestros hábitos, nuestros deseos, nuestro sistema económico y la necesidad competitiva de saber.”

Y de nada sirve pedir a la tecnología que nos proteja, ya que el remedio puede resultar peor que la enfermedad en la medida en que, al tratarse de sistemas complejos, pueden producirse reacciones en cadena llenas de “consecuencias no previstas”. Los daños colaterales generados “serían al menos tan peligrosos como las tecnologías de las cuales intentamos protegernos”.

Bill Joy dista mucho de querer pintar una raya con su pasado. Se ocupa con cuidado de trazar su historia, sus sueños infantiles, sus entusiasmos adolescentes y de joven ingeniero. Defiende sus inventos recientes y subraya que siempre ha tenido “mucha fe en el valor del la búsqueda científica de la verdad y en la habilidad de la ingeniería talentosa de generar progreso material”.

El problema es que, empujados por su afán de crear un mundo mejor, los sabios y los ingenieros se olvidan de lanzar una mirada crítica a los efectos negativos de, por ejemplo, la bomba atómica, el automóvil o los antibióticos. Y los hay. Joy se enfrenta entonces a reflexiones que no lo habían asaltado antes: “con la posibilidad de un potencial informático similar al humano en unos 30 años, surge una nueva idea: puedo estar trabajando en la elaboración de herramientas que permitirán construir la tecnología que reemplazará a nuestra especie”. Su experiencia le “sugiere” que tendemos a sobreestimar nuestra capacidad de controlar nuestros inventos y de obtener el mayor provecho posible.

Hasta donde se sabe, por primera vez una especie se enfrenta al peligro de la autodestrucción. “La única alternativa realista está en el abandono (relinquishment): limitar el desarrollo de tecnologías demasiado peligrosas al limitar nuestra búsqueda de cierto tipo de conocimiento.”

Muchos científicos y técnicos desatenderán esta exhortación a la cautela, sin importar el hecho de que no proviene de un anti-estadunidense o un adversario del progreso tecnológico sino del corazón mismo del sistema. El debate, sin embargo, nos concierne a todos.

Wired – Why the future doesn’t need us

J’enquête, je suis et j’analyse les technologies de l’information et de la communication depuis la préhistoire (1994). Piqué par la curiosité et l’envie de comprendre ce que je sentais important,...